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eomo la anterior, busco una hamaca, la cuelgo entre los árboles y le acomodo lo mejor que puedo. Salió ganan– do ; pero sólo así pudimos dormü un poco y recibir con algo de sosiego el día cuarto que transcurrió más o me• nos con las mismas vicisitudes del tercero. Los aviones .iban y Yenían; yo quemaba cuanto era de arder en la rnlva, que con haber tanto árbol y ser tanta la sequía, apenas encontraba cosa que fuera pasto de las llamas. En una de estas excursiones que hice a buscar leña encontré cierta clase de fruticas, del tamaño de una cere• za, que después supe las llaman pomarosa silvestre. Ver– daderamente, tienen cierto sabor a manzana, pero no de– jó de ser una empresa arriesgada el comerme la primera, p orque no sabía si contendría veneno. Cuando la hallé de buen gusto , cogí unas cuantas y llené el campamento de alborozo. Nos tocaron siete a cada uno. Tomos me fe. licitaron por el hallazgo, y dimos gracias a Dios por tan precioso regalo. 8.-¿EN UN HOTEL DE NUEVA YORK? Amaneció el día quinto. El alba contempló nuestros cuerpos derrengados y exhaustos que luchaban por ga– nar la batalla a la muerte. Con la mañana llegó la sed, el hambre, el hedor del cadáver y los ruidos de avión. Mr. Armstrong Perry despertó de su mutismo llamando al waite:r y pidiendo orange juice, whisky and soda ... -Mr. Perry -dije-, lo siento mucho, pero esta• mos en el lugar más inhóspito del mundo y ni siquiera agua puedo servirle. -¿Cómo? ¿En un hotel de New York no hay ju– go de naranja? ¿ Es que no quiere servirlo? Me quejaba. 258

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