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Internéme por la espesura en busca de alguna hon– donada fresca; escarbé con las manos, pues carecía de todo inst1·umento, a ver si encontraba siquiera tierra hú– meda... ¡Nada! Todo estaba reseco. Es de notar que habíamos caído en la cima de una montaña, y que en esta región la sequía empieza en el mes de enero, la cual dura por lo regular hasta mayo. Estábamos entonces a veinticinco de abril. El incesan– te calor de tres meses había ido penetrando pulgada a pulgada en el corazón de la selva, empezando por las cumbres, volviéndolo todo de color negro. Los pájaros y animales habían huido hacía los bajos en busca del lí– quido elemento. Así que, para bien y para mal, nos en– contrábamos enteramente solos; para bien, porque no hu– bo fiera dañina que nos atacase; para mal, porque no tuvimos blanco alguno de caza. Sigo hurgando y husmeando ... ; llego a lo más es– peso de la espesura, donde el sol no ha penetrado desde el principio de los tiempos, y sobre el suelo encuentro unas hojas secas, arrugadas, las cuales en sus repliegues conservaban aún algo de úena húmeda con bichitos blan– cos que se cimbreaban tal vez en una agonía semejante a la nuestra. Las recojo con cuidado y las llevo al cam– pamento. ¡Cómo se alegraron los comensales al ver el exquisito plato que les servía! ¡Con qué avidez devorá– bamos tierra y gusanos para sentir un poco de suavidad en la garganta ! 7.-POMAROSAS SILVESTRES. M1·. Perry seguía inconsciente; no cesaba de dar vuel– tall y pataleos. Temiendo nos hiciera pasar otra noche 257

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