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ra contener la hemorragia habíale puesto un trapo que daba varias vueltas a la cabeza. La sangre había empapa– do todos los dobles y habíase secado formando un bloque duro, ni más ni menos que si fuera un ladrillo. ¡ Y sin agua para remojarlo! ... Cojo la venda por una punta y empie– zo a tirar con sumo cuidado. Cada chasquido que daba ésta al desprenderse era un escalofrío agudo que me lle– gaba hasta la mismísima punta de los pies. Marcano apre– taba las mandíbulas y aganaba con los dedos crispados puñados de tierra; sufría horriblemente sin proferir una queja, con valor inaudito. Yo no pude acaba1·; un desva– necimiento me hizo ir desplomado '- suelo ... Vuelvo en mí, y hallo que Marcano, con entereza increíble, lo ha-• bía quitado todo por sí mismo. Pero si la operación de despegue había sido tan 1·e– pugnante, no así la vista de la herida, la cual estaba ro– sada, limpia, sin una mota de putrefacción. Arrancaba del límite pronto-parietal derecho y te1·minada en la pro– tuberancia craneana de la ceja izquierda, de donde sal– taba, dejando intacto el ojo, al pómulo del mismo lado. Aparecía con unos labios gruesos, abiertosi porque no ha– bía habido sutura; mas el aspecto era agradable. Sin embargo, el olor a putrefacción viva me pegaba. Era una cosa que no podía menos de estar a mi lado. Vuelvo a examinarle de pies a cabeza, y en toda la coro– nilla de ésta, cubierta por el pelo, encuentro una herida purulenta hirviendo en gusanos que se estiraban, se en– cogían, gozándose con la sangre, sorbiendo y creando ims purezas. A falta de pinzas esterilizadas, con un palito le fui sa– cando toda la podre. Me eché luego en busca del tubo de crema mentolada que había anojado al monte, lo abro en canal y, recogiendo los residuos que aún tenía en las 255

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