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-Yo también recuerdo -dijo Mr. Grab- que mi señora me puso un potecito de tamales en la maleta antes de embarcarme. - ¡Bah! Ya lo vi. ¿ Es un potecito pequeño que yo confundí con un paquete de cigarrillos c<Kaptan»? -Seguramente. -- Ya voy por ello y lo traigo en un periquete. Antes de cinco minutos volvía yo con mi moño de ta– baco ( ¡tres kilos!) y el potecito de tamales (media libra). Abro éste, y los tamales, que por primera vez veía en mi vida (algo nuevo en la selva), eran cinco arepitas que nos vinieron como anillo al dedo. Repartírnoslas como buenos hermanos, a cada uno una, y la quinta, unánimemente re– solvimos que la comiera el propietario, Mr. Grab. Luego piqué un poco de tabaco, fumamos un cigarrillo, y he aquí cómo en la indigencia de la selva tuvimos un regalado banquete: ¡Cincuenta gramos de maíz y una bocanada de humo! Con esto ya podíamos echar tranquilamente la sies– ta y a ello nos pusimos. Mas, al poco rato , me doy cuenta de que no había leña amontonada y que los aviones po– drían aparecer en cualquier momento. ¡Arriba de nuevo! Acrecenté la hoguera, y aparecieron luego los avio– nes, y prendí fuego, y cruzaron éstos reiteradas veces para arriba, para abajo ... y llegué a ver a uno por entre los resquicios de los árboles... , el corazón se me saltaba y quería gritar, y los aviones se fueron ... se fueron para no volver, y yo, cansado, desconsolado, extenuado, me fui a acostar bajo el ala hospitalar.ia que me ofrecía por cama el duro suelo. 253
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