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- ¡Los aviones! ¡Los aviones! Voy a prender la ho– guera. Afortunadamente tenía fósforos. Pero la leña no que– ría arder; estaba húmeda; y encarándome con ella, dije: - ¡Húmeda! ¡Y nosotros muriéndonos de sed! ¡Qué sarcasmo! Pero, deja, que pronto desde auiba nos zum– barán una cantimplora de agua helada. Fui donde el avión destrozado y arranqué unos peda– zos de tela, la cual era inflamable por estar pintada 11] óleo. Los zumbidos del aparato se oían cada vez más cerca. El fuego coge cuerpo y el humo empieza a subir espi– rales de loca alegría... Se disipa al chocar contra las tu– pidas 1·amas. Atizo con garbo la hoguera, queriendo empu. jar el humo parn que suba más aprisa ... El avión ronca ya encima de nosotros. Levanto los ojos y husmeo por en– tre la enramada ; no encuentro espacio para verlo. El humo queda aprisionado por las copas. Pasa el avión. Co– jo la escopeta· y hago un disparo. El avión sigue adelan– te... , se aleja y el ronquido ... , se extingue ... ¡Silencio en la selva! Pego una patada a los leños que ardían, como cul– pando a ellos del fracaso, y voy a descansar un rato al la– do de Marcano. -¿Qué hay? -me preguntan todos con ansia. - ¡Mala suerte! -contesto-. El avión pasó de largo como una flecha. Por el ruido, me parece que ha ido derecho a la gran Sabana. Pero seguramente estará de vuelta dentro de unas tres o cuatro horas. Tengo que amontonar más leña para estar provisto. Mas, antes me– jor es que tomemos algo, ¿no? Si tuviera agua, os prepa– raría un chocolate que os relamiéseis los dedos. En fin, tendréis que contentaros con tomarlo crudo. Saco la libra y parto cuatro onzas, una para cada uno. 249
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