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- ¡Ay ! ¡Dios lo quiera! Y sus músculos faciales se contrajeron por el dolor de la luxación; sus manos se agarrotaron a los bordes de la hamaca, pero no exhaló una queja. Vuelvo a coger la escopeta después de unos cinco mi– nutos y disparo el cuarto tiro, que queda igualmente sin contestación. Esto aumentó mi nerviosismo. ¿ Qué se habrán hecho?, discurría. ¿ Los habrá devo– rado algún animal? No es creíble que esto haya sucedido a los tres. Alguno quedaría para contarlo. ¿ Se habrán extr aviado? No me parece fácil, pues llevando brújula y escopeta, bien pueden con la primera tomar el rumbo hacia atr ás, y con la segunda hacer señas para que yo les conteste, y localizar así exactamente el punto de pro– cedencia. ¿Habrán seguido en busca del río Cuyuní? Esto creo lo más probable. Mas debían tener en cuenta lo que les dije, que el río Cuyuní no lo encontrarán antes de dos días, y otro u otros dos para regresar son por lo menos tres días sin agua, que significarán la muerte para mí, ¡cuanto más para estos pobres gravemente heridos! Si esto último hicieron, erraron ; nos han perjudicado que– riendo tal vez hacernos beneficio; nos han matado que– riendo asegurar nuestra salvación. Así discurría yo ante lo que estaba pasando. Y mi deber en este caso ¿cuál será? ¿Lanzarme por la selva en busca de algún riachuelo? La probabilidad de perdeme es cien por cien mayor que la de ellos: No tengo brújula. Disponemos de una sola escopeta ; si la llevo, no tienen éstos con qué contestarme; si la dejo, no tengo con qué pedir orientación o auxilio. Si me pier– do, mi pérdida, que nada significaría en otro caso, en el pr esente significa mucho por poco que pueda ayudar a estos pobres inválidos. Así, bien o mal 1 resolví no alejar- 244

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