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desprendida del aparato. Puse unas maletas en pos1c10n vertical, y sobre ellas levanté el ala dicha improvisando un cobertizo, debajo del cual acosté a los heridos sobre unas mantas tendidas en el suelo. Al cuarto de hora hago un dispal'O, según lo conveni– do, el cual es contestado puntualmente. 8.-LA VICTIMA DEL ACCIDENTE. Hasta aquí no había tenido siempre piestar aten– ción a los cadáveers, porque me pareció más imperiosa la asistencia a los heridos. Nada más podía hacer ya en fa– vor de éstos por el momento, así me dirigí hacia aquéllos. Remuevo palos y tablas, desdoblo hierros, saco bul– tos y maletas, me acerco, y observo que uno de ellos . aún respil'aha; era el anciano Mr. Armstrong Perry. Le llamo, pero no responde ni hace señal alguna. Tenía una pul– sación fuerte y bastante frecuente. En cambio, el otro es– taba enteramente frío. Sin lugar a duda, ¡Alfonso Duque había muerto! ¡Había sido la víctima del accidente, el precio exigido por la Parca en compensación de todos los demás que perdonó el Señor! Bajé los ojos, junté las manos y elevé una oración al cielo por su eterno descanso : Requiem aeternam dona ei Domine ... 9.-SOLO, CON CUATRO INVALIDOS Y SIN AGUA. Iba a empezar el trabajo de separarlos y extraerlos de aquel montón de desechos, cuando me acuerdo que era la hora de hacer otro disparo. Salgo, cojo la escopeta y hago la detonación, que 1·etumba por todo el ámbito de la selva. Espero unos segundos ... No llega la respuesta. Vuelvo a hacer otro disparo, contengo el aliento, aguzo los 242

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