BCCCAP00000000000000000000745
bir. Habíamos soslayado el dardo letal de la caída; mas ¿ cómo soslayar ahora la lluvia de dardos mortales que por todas partes se nos disparaba? Habíamos caído en el centro, en el corazón mismo de una selva que de Norte a Sur no tiene menos de 150 kms. y de Este a Oeste son incontables, pues partiendo de la Guayana Inglesa atraviesa toda la región del Cuyuní, la del Yuruán y luego la del Supamo, para meterse por la del Parngua, para unirse con la infinita selva del alto Orinoco que se da la mano con la del Amazonas. Los horrores y peligros que esta selva acumula sólo una ima– ginación dantesca los podrá describir con aproximación a la realidad; peligros a cada momento, caminando y en i-eposo; peligros del suelo accidentado, lleno de precipi– cios ; peligros de animales y bichos dañinos, peligros de los árboles y rnmas que continuamente se están desgajan– do, peligros del aire que con dificultad circula dejando el ambiente saturado de descomposiciones vegetales, peli– gro de las aguas ... ; todo es peligro y honor en aquella selva donde sólo viven seres peligrosos y horribles; ¡hasta los indios salvajes huyen de esa selva! Y nosotros estábamos allí en medio de ella solos, in– defensos, entre aquel mar de peligrns y horrores, con una sed ardorosa. En esta clase de accidentes el organismo sufre un tremendo desgaste, y la primera necesidad que se impone es la de aplaca1· la sed. 7 .-EN BUSCA DE AGUA. -Si para los que yacen entre los escombros no hay ya humano remedio, atendamos primero a los heridos; veamos de salvarlos -dije. - Oye, Fuenmayor, · ¿ el aparato de radio qu.edaría 238
Made with FlippingBook
RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz