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do pesca a ilor de las aguas, y al Suroeste, la piedra del Apaurái, sobre la que encalló el bote indio en el receso de la inundación. A la media hora de haber remontado las nubes de– debíamos estar sobre la misión de Luepa; mas, como no teníamos ni un pequeño hueco por donde atisbarla, el piloto, después de haber trazado un círculo en su busca, decidió seguir adelante. ¡Vuela y vuela! Todo nuestro mundo se componía de blanco, azul, rojo y negro. Bajo nuestras alas, una llanura blanquísima; sohre nuestro techo, un azul intenso; del lado derecho, hacia auiba, el astrn reluciente, llenando nuestra cabina de alegre esperanza; del lado izquierdo, , hacia abajo, la sombra del avión, que nos perseguía, sal– tando de nube en nube, como un oso polar de témpano en témpano. La idea que me traía aquel hacinamiento de nubes blancas era la de un mar de hielo con canales, barrancos y hoyos, con prnmontorios de figuras caprichosas: aquí, un hongo gigante ; allí una hermosa coliflor; de este la– do, afiladas crestas como dientes de siel'l'a ; del otro ani– males feroces agazapados, y, cerca de ellos, siluetas hu– manas en posición de atacar. Y sobre esas hacinadas nu– bes de formas fantásticas, el silencio más profundo, la soledad más espantosa; y por entre ese silencio, por en– tre esa soledad, el diminuto pájaro de corazón metálico desgranando su canción monótona, el himno de su vic– toria sobre los elementos, avanzando triunfante con nue– ve vidas a bordo; nueve vidas taciturnas, cual si viaja– ran todas agobiadas por una misma pesadilla: ¡el pre– sentimiento inconsciente de algo catastrófico que iba a suceder! -¿ Y de gasolina cómo estamos? 230

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