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Hecha una ligera inspección del a:parnto, p regunto al copiloto: -¿ Y de gasolina cómo estamos'{ ---Bueno; no está full, porque algo se ha gastado en la venida. Pero llegaremos a Tumeremo y sobrará un ma1·– gen de veinte minutos. Los tripulantes ocuparon sus respectivos puestos, si– guiendo por orden los pasajeros: primero, Mr. William Armstrong Perry, escritOI' científico neoyorquino; segun– do, Mr. Frederick D. Grab, agregado comercial de la Em– bajada norteamericana en Venezuela; tercero, Serveleón Salazar, númern de la Guar dia Nacional en la frontera del Roroima; cuarto, Alfonso Duque, joven trabajador en las minas auríforas del Surukún; quinto, señora Lina V allés, empleada en las mismas minas, y sexto, el último de todos, junto a la cola del aparato, iba yo. Nueve personas éramos del raid aéreo la carga. --- ¿Es de valor el tesoro? -INueve vidas ! ¡Nue1Je almas! 2.-ENTRE AZUL Y BLANCO. Las pé!Ietas de la hélice empeza ron a azotar sin com– pasión el aire, lanzando el tubo de escape fue1·tes reso– plidos que repercutían en toda la hondonada del valle, y el avión se deslizó por el campo hasta colocarse sobre el principio de la pista. Los pasajexos cruzaron el cintu– rón de amarre a la silla -mi asiento era un taburete sin cinturón-- y el ícaro emprendió veloz can-era, alzan– do <lespués suavemente, majestuosamente su vuelo con leves ondul aciones a uno y oirn lado. Hice por la venta- 228

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