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m.-0 ~onoeedor de los lugares, debería 1.1compañarle, regre– $ando después a Tumeremo para tomar el solicitado des– canso. Tocó un avión en Santa Elena, procedente de la ca– pital de la República, y no apareció allí el doctor espera– da. A los ocho días atenizó otro sin llevar al esperado doctor. Un tercero a los otros ocho días, y no se nos co– municaba ni la fecha de su aparición por aquellas tierras. -Lo mejor, creo -dije a mi compañero- será que yo aproveche esta oportunidad, y cuando sepan el día en que va a llegar el doctor, me lo comunican si pue– den. Si no ... No había que perder tiempo. Los tripulantes bajaban ya ctin dirección al campo. Metí cuatro objetos necesa– rios en la maleta y salí detrás, como si algo me forzara a no perder este vuelo. Acompañábanme, para despedir– me sobre la pista, el otro misionero con los muchachos del colegio y las misioneras con sus respectivas muchachas. ¡Mañana del 23 de abril de 1937 ! El día estaba cla– ro. Todos auguraban un viaje feliz. Mi corazón daba un tic-tac más acentuado, pero sin presentir nada serio ; no era más que la primera impresión del que se embarca por p1·imera vez en tales vehículos. Nunca había viajado en avión. Llegamos al campo. Allí estaba el pájaro con las alas extendidas y el pico levantado, como deseando alzar ya iU vuelo. Era el aeroplano un Fairchild monomotor de 150 ca– ballos de fuerza, cabina formada por banotes y listo– nes, cubiertos de una tela resistente y fuerte capa de pin– tura impermeable. Componían la tripulación: el capitán Jorge Marcano, piloto; el teniente Mendoza, copiloto, y el radiotelegrafista Fuenmayor. 227
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