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tuberculoso que, repuesto de sus dolencias, había hecho un viaje de cinco días a pie, para darme las gracias, por– que le había sanado con aquellos remedios ( ¡la quinina y las píldoras laxantes!) . -No, hijo, no soy yo quien te ha curado; es Dios. Ven conmigo a la iglesia para adorarle. Enti·amos en la capilla, me arrodillé con el indio an– te e] Santísimo Sacramento y le di rendidas gracias por éste y los demás favores concedidos en la excursión. 225

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