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Por fin, contra la mañana, en otra canoa más boni– ta y brillante pasó Uéi (1). Akarapichaimá le gritó: -Ten compasión de mí, Uéi; pásame a la otra ori– lla, que aquí me muero de hambre. Dióle lástima a Uéi del estado en que estaba el po• bre indio. Saltó a tierra y le lavó, le vio joven y de buena apa– riencia, y le dijo: -Yo no puedo en este momento ; tengo que subir– me a empezar el día; en lo que llegue la noche regresa– ré; te pasaré al otro lado ; y te daré también una de mis hijas por esposa. Mas, ten cuidado; si viene alguna mu– jer por aquí, no la enamores. Te, te, te ... (2). Remontóse con majestad; subióse al cielo acompañado de sus dos hijas. Impaciente esperaba Akarapichaimá la hora del res– cate. En esto, oyó un ruido de alguien que se posaba en las ramas del árbol. Eran las hijas de Kurún (3). Akarapichaimá trabó conversac.10n con ellas para pasar el tiempo. Acabó por enamorarse. Le sorprendió la noche. Bajó el sol y lo encontró en estos amoríos. Enojado, dejóle allí en su primitiva miseria. Akarapichaimá se murió de hambre. (1) Uéi es el sol. (2) Onomatopéyica de subir. (3) Kurún es el zarnuroí un paJaro grande de color negro y cabeza pelada, que se alimenta de carne podrida.

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