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Y o nada anhelo, yo soy feliz, que el Rey del cielo ya mora aquí. Sí, el Rey del cielo, el Dios vivo y verdadero, santo, amoroso y paternal, suplantando a aquel ogro, ficticio, malévolo y vengativo, de los indios pemones, Mavarí. En adelante ya no tendrá razón de ser temible la garganta o desfiladero que forman los cerros de Akopán y Upuimá, aunque caigan rayos y centellas, porque ha sido iantifi– cada con la presencia del Dios hecho hombre, y allí es– ta1·á, si 110 en carne, pero de otra manera especial, espe– rando a los indios trashumantes para conducirlos al reino de la verdadera fe. 5.-CINCUENTA Y SEIS NIGUAS. A las tres horas encontramos el río Tiriká en el pun– to donde recibe las aguas del Parurén. Viene el último del Nordeste y el prime,ro del Noroeste, formando ambos en aquel sitio una gran curva para ir al encuentro del Ca– roní. Imponentes cerros acolchados de flora era lo que divisábamos ya en todas direcciones. Por tierra no se po– día dar un paso. El itinerario a seguir era el curso del río, y la gran interrogante, ¿ en qué embarcación? -Pues siempre habiendo aquí canoa para indio que va o viene -dijo el práctico de traíamos de Uonk én. para abajo; nada. Crnza uno de ello~ el río y, al fin, la encuentra wbre la otra orilla, varada entre unos árboles Echáronse a buscarlas quienes para arriha, quienes 192
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