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fuego para secarla, mas vano intento, porque la leña es– tabaña aún chorreando. Seguimos adelante una hora para ver si con el calor de la marcha contrarrestábamos el peligro de la humedad, y acampamos a las cinco de la tarde en plena selva, a la intemperie. No fue esto muy del agrado de los indios, que tenían el corazón en un puño con los honores de la tormenta atribuida al eno– jo de Mavarí y recelaban ,que en la oscuridad de la noche podría causarles otro daño mayo1·. A todo trance querían salir de las fauces de aquellos cerros mabitosos. Pero yo no podía más; me impuse y tuvieron que aca– tar mis órdenes. Improvisamos un ranchito con hojas de palma sobre unas estacas u horcones, y ahora que había cesado la llu– via nos metíamos bajo techo. Mas no fue en balde, porque los árboles durante la noche siguieron repiqueteando siempre que eran sacudidos por el viento. Con grandes esfuerzos logramos prender hoguera, la cual más que calor daba humo. Cocinamos algunas viandas, extendi– mos las hamacas y ¡a dormii- ! 4.-MISA EN PLENA SELVA. Al despertar en la madrugada, encontré a mis indios desnudos, acurrucados junto a la chisporroteante hogue– i-a, que secaban la ropa y castañeteaban los dientes de frío. Me levanté. Para mí no era frío aquello ; era un fres– co saludable que acariciaba los miembros entumecidos por la mojadura, y me puse a desperezarlos con ejerci– cios gimnásticos. ¡Qué sensación tan agradable experi– menté al elevar los ojos en uno de mis movimientos! El cielo estaba sin una nube, puro y suave, con aquella sua– vidad y pureza que le daban tono de infinidad no amor- 190
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