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to desde el cual les hablaba; aquí un hombre con pan• talón sin camisa; allí otro con franela sin pantalón; éste con sólo una levita vieja que le llegaba a las rodillas; aquél con unos andrajos que alguna vez tuvieron traza de pantalones; los más, sin otra indumentaria que el preciso taparrabo; las mujeres, sin velo en la cabeza, ¿y eómo exigírselo, si antes habría que exigir lleTaran ves– tido? Algunas tenían un camisón, pero de color incierto por la mugre; dudo que lo hubieran lavado alguna vez. Si así iban los hombres y mujeresi no hagamos caso de cómo iban los niños. Estos, sobre todo, no se apartaban un momento de mi lado. Antes de que amaneciese ya estaban alrededor de la hamaca en que yo dormía, y me despertaban di– ciendo: -Patre, serenkandokkamaké (cante un cántico, Pa– dre). Y empezábamos: Teukinán-re Potorí Hay un solo Dios tamenauaré kone kanín, etc. de las cosas creador, etc. Al oír las voces infantiles, luego acudían las perso– nas mayores, y mientras acababan de reunirse, entoná– bamos: María Mazarén, uy-eremú etaké, a-dak enkú pai-pai ayembatá eremái. Escucha, tierna Madre, cuál es mi vivo anhelo, volar, volar al cielo tu dulce rostro a ver. Celebraba el santo sacl'ificio y les hacía algunas expli– caciones. Mandábales luego a desayunar para que me de– jasen un momento libre, pero antes de media hora ya los 181

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