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a) EL DIOS TRASCENDENTE Para Francisco está claro que, siendo real, Dios está más allá de toda realidad; la trasciende. Pero esta trascendencia no sig– nifica despreocupación ni aislamiento, puesto que ese mismo Dios se acercó hasta nosotros haciéndose hombre. Francisco expresa esa trascendencia divina aclamándolo como Dios de majestad; una imagen muy familiar y repetida en los pórticos de las catedrales y que él condensa en los términos Altísimo, Sumo, Eterno, Omnipotente, Glorioso, etc. A la majestad de Dios hay que añadirle la santidad. Dios es Santo; pero no tiene por qué atemorizar al hombre, ya que su santidad no es autosuficiente sino que se nos comunica para hacer– nos sus hijos. Por último, está la bondad. Más que todo, Dios es Bueno, el único Bueno, el sólo Bueno. La contemplación de la bondad divi– na le abre mil ojos nuevos para aceptar con mayor sensibilidad to– do lo bueno que Dios nos ha ofrecido. Comenzando por El mismo y terminando por nuestras propias cualidades, todo es bueno y fruto de su bondad entregada. b) EL DIOS CERCANO Junto a esta faceta trascendente de Dios, Francisco lo experimenta también como alguien que está muy cercano de no– sotros. Por eso lo describe como el Dios desbordante que al amar– se infinitamente en su intimidad trinitaria de Padre, Hijo y Espíritu, se derraman en la creación convirtiéndose en Señor de la historia. Decir que Dios es Amor es decir que Dios ama. La expe– riencia de que estamos constituidos en el amor y de que, más allá de todas las cosas, hay un Dios que nos ama, constituye el funda– mento de todo el proceso espiritual de Francisco. 7

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