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La decisión de hacer de Dios el centro de su existir llevó a Francisco a dejar de pastorear su propia vida, sus propios intere– ses, para salir de sí mismo y comenzar a ver las cosas desde otra perspectiva. La irrupción de Dios en su vida no había cortado las alas a su proyecto más íntimo de ser hombre. Al contrario, le había ilu– minado el horizonte donde poder realizar ese sueño de una forma plena y gratificante. La señal de que el Dios vivo se le había hecho presente no era el sentir frustrado su deseo de felicidad, sino el descubrir que en lo más hondo de sí mismo empezaba a despuntar una nueva vida que crecía y crecía hasta desbordar los límites que su propio egoismo había marcado. El camino de conversión que emprende Francisco está le– jos de responder a la exigencia de Dios que teme la felicidad del hombre y trata de mortificarlo convirtiéndolo en un ser frustrado y amargado. La conversión de Francisco, dentro del marco peniten– cial que entonces se utilizaba, es un intento de vivir de forma nue– va, porque la anterior ya no le sirve, la nueva vida que la presencia del Señor le ha manifestado. Es, ni más ni menos, el descubrimien– to de aquello que dice Jesús de los odres nuevos para el nuevo vi– no. ¿Esta respuesta tan decisiva al acontecer de Dios en su vida se debió a que tuviera una percepción tan extraordinaria de Dios que nos está negada al resto de los mortales? Generalmente entramos en contacto con la realidad a través de imágenes y, en este sentido, nos imaginamos la realidad. ¿Cómo era el Dios de Francisco? ¿Cómo se lo imaginaba? 5

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