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4.- ORAR LA VIDA Pero la oración, por importante que sea en el camino espi– ritual del creyente, no puede estar desligada del resto de la vida. Francisco no fue sólo un orante o, al decir de Celano, la oración personificada. Francisco hizo de su vida una oración continuada al desplegar todo lo que era, tenía y hacía, ante la mirada de Dios. Este empeño por caminar en su presencia es lo que hizo de Francisco un continuo buscador de Dios que rastreaba la vida y sus acontecimientos para encontrar en ellos la voluntad divina. Por eso, la oración de Francisco no fue nunca una evasiva ni una despreocupación de los problemas reales que le planteaba la vida. Tuvo que afrontar momentos difíciles y oscuros para des– cubrir que, al final, siempre existe una luz que confirma la espe– ranza; pero también experimentó en el gozo y la alegría la certeza de que Dios habita en el fondo de los seres y de los acontecimien– tos. Cualquiera que desconozca las biografías que hablan de Francisco podrá creer que la madurez con que vivió su relación con 14
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