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manera un tanto dolorosa, la forma de vida evangélica que el Señor le había inspirado. Hugolino, sin embargo, admiraba en Francisco al Santo capaz de encarnar en su vida el Evangelio que la Curia pretendía proteger con su ordenación jurídica. Uno y otro intentaron favorecer la vivencia del Evangelio en la Iglesia, y am– bos ayudaron a la Fraternidad desde sus respectivas mentalidades a que permaneciera fiel al mensaje de Jesús. Con el obispo de Asís, Guido, también mantuvo una relación amistosa, a pesar de. los difícil de su carácter. En los momentos di– fíciles en que Francisco tuvo que decidir su futuro, el obispo estuvo a su lado; y así continuó durante toda su vida, visitándole con fre– cuencia en la Porciúncula, hospedándose en su palacio y cuidándo– le en su enfermedad, y, por último, llorando su muerte como si se tratara de su propio padre. La misma deferencia que tenía con el obispo.de Asís la aplicó también a todos los· demás obispos, visitándoles cuando llegaba a una ciudad, puesto que los consideraba como señores naturales de su diócesis. Por eso, al enviar a los hermanos por toda la Iglesia les recomendó que se pusieran a las órdenes de los obispos, cosa que aceptaban muy a 'disgusto, sin pretender actuar por su propia cuenta. Pero con la parte de la jerarquía con la que se relacionó mas directamente fue con los sacerdotes. Su devoción incondicional a ellos está marcada, además del respeto al ministro sagrado propio de una sociedad sacral, por una clara voluntad de ortodoxia en con– traposición a los Movimientos populares caracterizados por unan– ticlericalismo contestatario. Condicionaban la validez de su sacer– docio a la conducta moral que pudieran llevar. Por eso Francisco confiesa en una de sus Cartas a los fieles que debemos venerar y reverenciar a los clérigos, no tanto por ellos mismos,si son pecado– res, sino por el oficio y la adminstración del santísimo cuerpo y sangre del Señor, que sacrifican en el altar, reciben y administran a los otros. Esta función les exime de todo juicio despreciativo, puesto que, por muy pecadores que sean, nadie debe juzgarlos, ya que el Señor mismo se reserva para sí el juicio sobre ellos. Es curioso que la desacralización de la autoridad entre los hermanos no la aplicase también a la jerarquía, para él sigue sien– do sagrada e intocable. Así se explica esta defensa incuestionable a los clérigos. Y la razón era que veía en ellos al Hijo de Dios y eran para él sus señores,puesto que hacían presente y administraban al mismo Hijo de Dios sacramentado en el pan, y el vino y la Palabra. 8

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