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dignidad mesiánica que le comunicó el Señor el día de la c,onfirmación. El confirmado es un «profeta de Dios>>: debe glorificarle con su oración, con el trabajo, con el cumplimiento del deber, con la propagación del reino de Pios. Debe hacer de su vida un «testimonio» viviente de Cristo. Sobre todo en la práctica de la caridad fraterna. Sería interesante refle– xionar si el sacramento de la confirmación no tiene alguna relación especial con la práctica de la caridad, sobre todo _en sus aspectos más sociales. Por ser la caridad auténtica la más difícil de las obras del cristiano, por ser el má– ximo testimonio de los que son discípulos de Cristo, por las relaciones entre caridad por una parte y entre confirmación y Espíritu Santo por otra, podría pensarse que el mejor testimo– nio y el mejor apostolado de un confirmado sería la práctica de la caridad social. Una orien- 1tación para desarrollar esta idea nos la ofrecen dos hechos del Nuevo Testamento: Jesús, el ungido especialmente lleno del Espíritu Santo, es impulsado - por la fuerza de este mismo Espíritu -- a evangelizar a los pequeños, a los desvalidos, a los humildes, a los «pobres de Dios» 45 • Igualmente, cuando el Espíritu se de– rrama sobre toda carne el día de pentecostés, 45, Le 4, 18-22; 7, 22-23; Mt ll, 4-6, 76

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