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continuamente en nuestra teología de la con– firmación. El Espíritu llena la humanidad de Cristo, de Cristo se difunde a los doce - a la Iglesia - el día de pentecostés, y luego, por la confirmación, por la imposición de manos, se derrama en cada bautizado. Esta «plenitud profética» será sólo uno de los aspectos de la dignidad mesiánica con que el Espíritu unge a cada fiel y lo hace partícipe de la dignidad del ungido por excelencia: Jesús de Nazaret. Todo lo que anteriormente hemos dicho so– bre la misión de «testigo» que recibe el confir– mado tiene su plena aplicación en este momen– to, ya que la misión profética es, en primer término, misión de «testimonio» sobre los de– signios de Dios en la historia de la salud. El «testimonio profético» sobre la resurrec– ción de Cristo y sobre toda la salvación que Dios nos dona en Él, lo dan los apóstoles. Pero ya sabemos que la fuerza para ser testigo se comunica a todos los fieles por la imposición de manos. Su misión «profética» de pregone– ros de la gloria de Dios y propagadores del reino la cumplen los fieles confirmados en for– mas diversas. Como efecto del don de pentecostés comuni– cado a ellos, los fieles practican la caridad fra– terna, se reúnen para la fracción del pan, llevan 68

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