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carácter de defensa pública del reino de Dios y en cuanto tal defensa es pública, viene exi– gido por la confj.rmación. Como Cristo-Rey peleó con los poderes del mal hasta la cruz, así debe hacerlo el _cristiano-rey por impulso de la fuerza sobrenatural que le comunica la confirmación. El hecho de que el martirio sea una confesión pública y extremadamente difícil de la fe, y que exige la máxima fortaleza, hace que la gracia del martirio -- en cuanto viene por vía sacramental - se comunique al cristia– no plenamente en la confirmación. Convendría tener en cuenta que, en todo este lenguaje de «dignidad regia», milicia cristiana, martirio, no hay que dejarse llevar de la ima– ginación y figurarse que el confirmado tiene una misión «sublime» en el sentido literario de la palabra. Nada de heroísmo espectacular y llamativo. No abusemos de las grandes pala– bras. La mayor parte de los confirmados han de exhibir su «testimonio», doloroso y abne– gado, en la oscuridad y monotonía de la vida cotidiana. Practicaron el heroísmo cristiano los mártires de la <<leyenda dorada», pero también los oscuros enclaustrados confesores y el cris– tiano sencillo que da testimonio de Cristo en el trabajo de cada día, fastidioso y sin brillo. 62

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