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Al hablar de la madurez de la vida natural, decíamos que ésta no consiste en que el hombre tenga más o menos vida, más o menos «ele– mentos» o material de experiencia, sino en el modo nuevo de tener o de ser lo mismo que ya antes era. Así pasa en la madurez espiritual que nos confiere la confirmación. Cierto que el bautismo ya nos da la vida; e incluso pode– mos decir que en su propio plano y para sus fines específicos nos la da con perfección. La confirmación no viene a añadirse al bautismo como una cosa perfecta a otra que fuera im– perfecta: es una «plenitud» que entra en rela– ción con otra realidad completa y acabada en su género. La confirmación acrecienta la vida del bautismo y nos la hace poseer de una forma nueva: con madurez. Podernos aplicar aquí, analógicamente, todas las propiedades que hemos señalado en la ma– durez de la vida natural. Así, por la confir– :mación, la actitud básica del bautizado de «receptor» de la vida sobrenatural se cambia en la de donador o comunicador a otros de esa misma vida. Como el niño, el ·bautizado vive preferentemente «para sÍ». Por eso dice santo Tomás que, al recibir el hombre la adul– tez espiritual en la confirmación, «comienza ya a influir en otros con su acción; mientras 38

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