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dancia de la vida divina y de su difusión. Esta misma característica la mantiene cuando la divinidad viene a Cristo para habitar sustancial– corporalmente en Él: es el Espíritu el que lo llena de gracia y de verdad, y el que Jo im– pulsa a llenar a los demás hombres y comu– nicarles su plenitud y gracia por gracia. Jesús promete, como supremo don mesiánico y co– ronamiento de todos los bienes del reino de Dios, la venida del Espíritu. La promesa se cumple en pentecostés, cuando el Espíritu se derrama sobre los apóstoles y sobre toda la pequeña Iglesia congregada en el cenáculo. Ya en el mismo día de pentecostés la difusión del Espíritu no se limitó sólo a los apóstoles. Pero sobre todo después, al irse extendiendo la Iglesia, todos los nuevos bautizados, además .del bautismo por el agua y el Espíritu, recibían de nuevo y con abundancia y «plenitud» al Espíritu Santo por medio de la imposición de las manos de los apóstoles; es decir, por medio del sacramento de la confirmación que ellos comenzaron a administrar a los bautiza– dos. En ninguna parte mejor que en el NT se ve la importancia del sacramento de la confir– mación como medio de comunicación del Es– píritu a los creyentes; y al mismo tiempo se ponen de manifiesto las amplias y profundas 26

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