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de haber recibido el bautismo cristiano, les im– pone Pablo las manos y reciben el Espíritu Santo (ib., 19, 6). Ambas narraciones están encuadradas en el ambiente lleno del Espíritu Santo que se creó en· la Iglesia desde el día de pentecostés. A la luz de esta primera efu– sión del Espíritu y de la interpretación que de ella da san Pedro, es evidente la intención de los apóstoles de extender la plenitud del Es– píritu a todos los bautizados, por medio de un nuevo rito sagrado: la imposición de las manos: es decir, por lo que en nuestro lenguaje y práctica actual llamamos el sacramento de la confirmación. Finalmente, la epístola a los Heb .6, 1-2, conoce también, entre los ritos sa– grados de la iniciación cristiana, la imposición de las manos, que se confiere a los ya bautiza– dos. Al ser narradas estas prácticas en forma tan obvia, tan concisa y tan segura, percibimos con certeza que se trata de prácticas conocidas por todos y cuyo significado y alcance todos apreciaban apenas se hiciese una breve alusión a ellas. A través de estas consideraciones quedan claras estas ideas fundamentales: el Espíritu Santo, desde su origen en el seno de la Tri– nidad, lleva consigo la idea y la realidad de plenitud, complemento, perfección y sobreabun- 25

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