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de las tres personas divinas. El Espíritu lleva la vida trinitaria a su plena realización en su mismo carácter personal de «complemento de la Trinidad». Él, finalmente, es el que lleva la última perfección a todo lo divino en el seno de la Trinidad y por eso también es la plenitud de todo lo que Dios hace fuera de sí. El hecho de que al Espíritu se le llame por excelencia «Santo», hace alusión a este mismo carácter de plenitud, de complemento que el Espíritu pone en todo lo divino, desde la vida trinitaria hasta sus últimas comunicaciones en la creación. En efecto, lo santo es lo que pone el sello de lo divino a todos los demás atribu– tos y acciones de Dios. El Espíritu Santo es la plenitud divina hacia dentro, en el seno de la Trinidad, y por ello mismo es también la plenitud divina hacia afuera: en el Espíritu logra la divinidad su última plenitud interior y su primer impulso hacia afuera, a la comunicación de la sobre– abundancia de su vida. 2. La plenitud del Espíritu desciende sobre Cristo y lo llena de gracia y de verdad. El Espíritu Santo, además de ser una per– sona divina distinta del Padre y del Hijo, en 14

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