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Aunque no hayamos de desarrollarla ahora, vamos a ofrecer una visión panorámica de los diversos tratados teológicos desde el punto de vista que acabamos de se– ñalar: la teología como expresión del diálogo y encuen– tro de Dios con el hombre, tal como se verifica en Cristo, en su ser, en su vida, en su misterio Pascual. 2. El Dios de la revelación es un Dios viviente. Si Dios nos revela algo sobre Si mismo, sobre su vida íntima, todas sus manifestaciones y confidencias con los hombres han querido fijar en nuestra mente esta idea: Dios es un Dios para nosotros, un Dios con nos– otros (Emmanuel-Jesús), nuestro Dios; entendiendo la palabra nuestro con toda la intimidad afectiva, con toda la proximidad e inmediatez de que es susceptible. Dios es el Dios que viene a hablarnos, a encontrarse con nosotros, a recibirnos en su amistad y en su vivir. Todo lo que Dios quiere ser para nosotros ha tomado forma de corporeidad en Cristo muerto y resucitado. Aún desde su misma intimidad trinitaria, Dios es el Dios que vive y se «desvive» por nosotros. La vida ínti– ma de la santísima Trinidad no se nos ha revelado para acentuar el sentimiento de transcendencia, de distancia entre Dios y el hombre. Tiene un sentido totalmente contrario: Dios nos manifiesta que Él es Padre. Hijo y Espíritu Santo para decirnos que, desde las últimas raíces de su Ser divino (si es posible hablar así) Él es un Dios para nosotros. Sólo diciendo que Dios es Pa– dre, Hijo y Espíritu Santo llegamos a comprender la profundidad y la intimidad de la otra fórmula: Dios es nuestro Dios, un Dios para nosotros. El misterio de la Trinidad en si mismo se nos ofrecerá como el ejemplar 84

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