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con Él mismo (invitación y encuentro que se realizan en Cristo muerto y resucitado), es cuando las verdades teo– lógicas adquieren importancia vital y decisiva para la vida cristiana individual y colectiva. Porque entonces son como una llamada personal que cada uno de nos– otros recibe y a la cual se siente obligado a responder, con toda la intensidad y todo el riesgo que supone la decisión suprema de la vida. Frente a las verdades de la teología nadie puede sentirse extraño. Todo hombre se siente introducido él mismo en el recinto de estas mismas verdades. Se siente él personalmente llamado al encuentro, a tomar una decisión ante el Dios que se le revela en la palabra (sobre todo en la palabra encarna– da) para que el hombre escuche y responda. Si la teo– logía es diálogo entonces el hombre es interlocutor; si es encuentro, el hombre es una de las partes que acuden al encuentro. En la teología nada se hace sin el hombre. Las verdades de la revelación aparecen todas ellas dichas para el hombre desde el principio hasta el fin. Según esto, el cristianismo como religión y como vida se resume así: decisión, encuentro, vida para Dios en Jesucristo. La palabra de Dios y la teología no son más que una preparación, una ayuda e impulso que el cris– tiano recibe en orden a su vida de unión con Dios en Cristo. Esta es la orientación fundamental que queremos dar a nuestra teología kerigmática: la verdad revelada, la teología que sobre ella se elabora, hay que considerarla como preparación y expresión del encuentro del hombre con Dios en Cristo muerto y resucitado. La vida cris– tiana consiste en que se revele también en nosotros el misterio pascual. La teología, al desarrollarse en torno a Cristo tiene también una relación esencial a este misterio. 83

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