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encuentro de Dios-hombre hecho realidad objetiva, con– creta, tangible; incluso con formas y contornos humanos completamente accesibles a nuestros sentidos. Los hombres de nuestros días situados espiritual– mente en todas las corrientes vitalistas, personalistas del pragmatismo, positivismo y existencialismo, no prestan atención a las verdades objetivas; a menos que éstas sean expuestas en forma que tengan un eco profundo en las exigencias personales, concretas que la vida presenta. Por esta razón hay que volver a las formas vivientes, a la concretez histórica, a la forma casi dialogada en que se nos proponen las verdades religioso-sobrenaturales en la Biblia. Estudiadas así, las verdades teológicas tienen todo el interés vital que unas relaciones personales y una conducta personal presentan siempre; ya sea la conducta de Dios queriendo entrar y entrando en diálogo con el hombre; ya sea la conducta del hombre que responde a Dios en forma amigable o le rechaza en forma despec– tiva. Claro está que la religión cristiana no es, en su última instancia, un mero dialogar entre Dios y el hom– bre: más allá de las palabras la vida cristiana consiste en que cada uno viva para Dios en Jesucristo, según diría san Pablo. Pero la palabra de Dios, la proclamación de la verdad divina, es un momento esencial en la histo– ria de salvación. El oír con reverencia, el sentir afecto por ella, el aceptar la palabra de Dios en la fe, es un paso indispensable para llegar al acto religioso por exce– lencia: el amor de caridad en que el hombre se dona liberalmente a Dios; a la cual entrega de amor se ordena toda la teología y toda la predicación y cura de almas. Desde este punto de vista, es decir, considerando las verdades teológicas como expresión de la apremiante invitación de Dios al encuentro de intimidad religiosa 82

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