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6. Continuidad en los estudios teológicos. En la mayor parte de los casos cabe señalar aquí uno de los fallos de la formación eclesiástica de nues– tros días: que no logra interesar a los sacerdotes jó– venes por los estudios sagrados en forma tal que, luego, salidos del Seminario, espontáneamente sigan cultivan– do estos estudios. La Iglesia ya se ha preocupado, en forma oficial, del problema, al obligar a los jóvenes sacerdotes a los exámenes cuadrienales o quinquenales. Pero se comprende que la legislación que afecta a estos cuatro o cinco años no haya de ser más que una mani– festación, casi simbólica, de un deseo perenne de la Iglesia; una lección y estímulo pedagógico para que comprendan los sacerdotes la necesidad de mantener un contacto ininterrumpido con los grandes problemas de la teología. Nadie fiaría mucho del médico que ha hecho una carrera brillante (pero que luego abandona sus estudios y el análisis reflexivo sobre los casos que le ocurren. Inevitablemente degenera en rutina y curandería. Algo similar ha de sucederle al sacerdote que no continúa su formación teológica. En cuanto ésta depende de fac– tores humanos, la cura de almas que él ejerza degenera en curandería espiritual, en fórmulas rutinarias, inope– rantes, de apostolado. Si una esmerada y progresiva cultura teológica no les estimula, será inevitable en los sacerdotes el anquilosamiento, la dureza mental, la falta d~ flexibilidad espiritual para encajar activamente, va– lorar y resolver los problemas que van surgiendo. El sacerdote despreocupado ya se sabe la solución que dará: aferramiento a prácticas y métodos antiguos que él siempre vio, pero cuya ineficacia actual ya no tiene 71
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