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postulado sus cultivadores en forma apremiante la «fuerza del espíritu»: las verdades reveladas por Dios, sino se poseen con el espíritu de Dios, pierden su fuerza sobrenatural y se convierten en frías disquisicio– nes de la inteligencia humana. El portador del kerigma cristiano de salvación necesita estar dominado por den– tro de un profundo convencimiento religioso, de un entusiasmo y plenitud profética. Podríamos recordar a este propósito la concentración espiritual y fuerza carismática de los grandes pregoneros del Evangelio en todas las épocas. Realmente, sin una religiosidad profunda el sacerdote dedicado al apostolado pocas veces buscará contacto inmediato, vivo y personal con las verdades teológicas. Y a la inversa: un «apóstol» de honda religiosidad nunca rehuirá ni dejará de buscar el contacto siempre renovado con las verdades dogmá– ticas, en la medida de sus posibilidades. Los tratadistas de pastoral y predicación sagrada insisten en que el «apóstol» cristiano no puede ser un mero propagandista de ideas religiosas: él tiene su misión y él mismo debe presentarse como incorporado al mensaje de salvación, llevándolo tan intensamente en su vivir como en su predicación 39 • Para nosotros, la necesidad del contacto afectivo y religioso con las verdades teológicas en la kerigmática, la vamos a justificar por la naturaleza misma de las ver– dades sobrenat1:1rales con las que nos vemos precisados a tratar. En efecto, los misterios sobrenaturales cierta– mente tienen entre sí una conexión lógica justificable por razonamiento teológico, al menos hasta cierto punto. Pero al mismo tiempo tienen una conexión que diríamos 39. V. ScHURR, La predicación cristiana..., p. 101-116. 62

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