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nal, que le den una visión teológica armomca sobre el universo: sobre el hombre, sobre las relaciones divino– humanas; sobre el sentido divino de la vida individual y social; sobre la fuerza de la gracia que trabaja sin des– canso en el fondo de la pecaminosidad humana; sobre la Iglesia y su misión divinizadora en el mundo. Todo ello convergiendo continuamente en Cristo y ordenado a alimentar la vida cristiana individual y colectiva. Esto es difícil que lo llegue a conseguir el alumno por sí sólo, durante los años de la carrera. Aquí es donde el candidato para el sacerdocio necesita más la ayuda y orientación eficiente del profesor. Y también es donde más ha de agradecer su intervención. 35 Con frecuencia las «tesis» del programa no resaltan esta visión unitaria del universo sobrenatural. La van estudiando, en el mejor de los casos, en forma fragmen– taria, por tratados y problemas distintos. Las «tesis» en que tradicionalmente estudiamos nuestra teología responden, sin duda, a problemas de interés científico y sistemático de primer orden. Pero, puede muy bien acontecer que tengan menos interés para la vida interna de los dogmas y de los cristianos. Además, los tratados y problemas teológicos se exponen en nuestros cursos según un orden lógico que reporta evidentes ventajas desde el punto de vista pedagógico, para una exposición clara, sobria, bien organizada, de las verdades revela– das. Tal exposición es necesario hacerla bien alguna vez. Mas, puede darse que, para lograr una auténtica visión sobrenatural y teológica del mundo, otra organi- 35. Una síntesis honda y jugosa de la teología la ofrece M. .T. ScHEEBEN, Los Misterios del Cristianismo, trad. castellana de A. Sancho, Herder, Barcelona 3 1960. 59

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