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principios de la fe, establecer la íntima conexión e in– terdependencia de unos dogmas con otros; intenta sis– tematizarlos y organizarlos en un todo armónico, según las leyes especiales de la lógica sobrenatural. Finalmente, hay que completar con otra que pudié– ramos llamar función valorativa-sapiencial (en sentido agustiniano-franciscano) que consiste en poner de ma– nifiesto los valores religiosos de la verdad revelada, su exigencia, su aptitud y ordenación intrínseca a conver– tirse en el alimento de la vida cristiana individual y co– lectiva. En este punto enlaza la teología kerigmática con la teología en cuanto tal, con la única ciencia sagrada. Porque uno de los modos como la teología se convierte en alimento para la vida espiritual de la Iglesia es a través de la predicación. En ella las verdades más hon– das y los misterios más complicados de nuestra religión deben ser expuestos en forma sencilla y adaptada al nivel medio de cualquier inteligencia cristiana. A lo largo de todo este proceso teológico no hemos roto la unidad de la ciencia sagrada. Pero es claro que si no llegamos hasta el fin, hasta resaltar los valores re– ligiosos y vitales de las verdades reveladas, la incorpora– ción de estas verdades a nuestra vida sólo la hemos rea– lizado en forma imperfecta e inicial. Cualquiera de las etapas de este proceso es rigurosamente esencial cuando se quiere hacer teología completa. Si al~ien omitiese o desestimase cualquiera de estas funciones, dejaría tras sí una teología esencialmente mutilada. En la práctica, por razones metodológicas, por la ley de la división del trabajo, o simplemente por exigencias de la limitación de nuestra capacidad intelectiva, bien puede el teólo– go, de momento, füarse en alguna de estas funciones de 53
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