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concreta de la Iglesia y del apostolado, hay una secreta y mal confesada prevención contra lo que llaman ex– cesos de la especulación, contra las teorías abstractas y el cientificismo. Tal vez podríamos aplicar aquí, y con mayor in– sistencia, lo que Guardini dice sobre las relaciones de la cultura con los valores religiosos en general. La ciencia teológica no puede suplantar los valores estrictamente religiosos y vitales del cristianismo, pero pone a disposición de la vida cristiana los medios para que ésta se desarrolle su actividad en forma completa y fecunda. Éste sería el sentido más hondo del antiguo adagio: P hilosophia ancilla T heologiae. Y en particular el sentido explícito que san Buenaventura quiso dar a su opúsculo tan expresivo de la mentalidad medieval: Reducción de las artes a la teología; y luego toda la teo– logía reducida al amor de Dios. 28 A esta idea se ha atenido siempre la Iglesia en contra de todos los espi– ritualismos extremosos y de las reclamaciones que una y otra vez se hacen contra el exceso de afán científico. Y es que, un hombre particular bien puede, durante algún tiempo y para fines particulares, renunciar a una alta formación intelectual teológica. Pero una colecti– vidad que quiera durar y estar eficazmente presente en el mundo, necesita de notable fondo de cultura, teológica en nuestro caso, La Iglesia, una sociedad ex– tendida en todos los tiempos, complicada en su misión con tan complejas situaciones históricas tiene necesidad de un alto nivel de formación cultural, especialmente teológica. Sólo así podrá desarrollar, en forma fructí- 28. De Reductione Artium ad Theo/ogiam, en Op. Omn., vol. v, p. 319-325. Ordenación de la teología al amor, ibíd. n. 26, p. 325. Cf. J Sent. pooem., q. 3; J, 12-13. Y los textos citados más abajo en las n. 31, 32. 50
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