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de las verdades de la fe. Éstas nos fueron reveladas para que adorásemos a Dios, le amásemos y consiguié– semos en Él nuestra salvación. Y para ninguna otra cosa más. Y a este mismo fin ha de ordenarse también la teología científica, en última instancia, si quiere per– manecer fiel a su sentido sobrenatural. La orientación de la teología a la vida de la Iglesia viene exigida también por su mismo objeto, que es Dios: el Dios vivo y personal que habla y dialoga con el hombre en toda la historia de salud. Y si la teología quiere saber algo sobre este Dios, nos es sino para en– tregarse a Él, para impulsar al hombre a que se decida por Él en la fe y en el amor. Desde el punto de vista del objeto de la teología tampoco habría razón para una separación entre la teología científica y la kerigmática. El pretexto sería el señalar a Cristo como objeto de la kerigmática, en neta distinción de la ratio deitatis que propone la teología científica. Pero tal contraposición carece de sentido recto. Porque Cristo ha de entrar en forma eficiente y determinante, en el objeto de la teolo– gía científica, modificando, para nosotros, y en la actual economía, la forma concreta en que la ratio deitatis se nos manifiesta y es objeto de nuestro conocer. No es re– velada a nuestra inteligencia, ni es entregada para ser vi– vida la ratio deitatis sino en Cristo y en la medida de Cristo'. Igualmente, la kerigmática tampoco puede, apo– yándose en su cristocentrismo, desatender o dejar pa– lidecer la ratio deitatis; porque Cristo mismo no se presenta sino como revelador y revelación del Padre; y la vida de Cristo se nos da como camino para llegar a vivir en el Padre y en toda la Trinidad. Con frecuencia, en los que propugnan una mayor dedicación de la teología a los problemas de la vida 49 4 - Villalmonte
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