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científica es una forma, entre otras, de proponer a los hombres el mensaje de salvación. La razón más honda y última de esta mutua com– presencia de la teología en el kerigma y del kerigma en la teología hay que buscarla en la naturaleza íntima de ambas actividades. En su origen ambas actividades, teológica y kerig– mática, se desarrollan en perfecta simbiosis. Natural– mente, el sistema nunca es lo originario y menos en el orden sobrenatural. Lo primero, en nuestro caso, es la predicación «precientífica» de las verdades reveladas. A medida que la predicación misma se ha ido enrique– ciendo viene la reflexión de la conciencia cristiana sobre los datos elementales y nace el sistema. Si nos fijamos en la historia del dogma católico podemos constatar sl hecho de que todas las grandes disputas teológicas y más tarde las sistematizaciones, han nacido a impulso de las necesidades apostólicas, de las exigencias de la vida cristiana concreta. Recuérdese, por ejemplo, el origen de la doctrina trinitaria, de la cristología, de la teología científica sobre la gracia; el progreso de la teología en los tiempos postridentinos y postvaticanos. Los proble– mas han llegado a alcanzar una formulación rigurosa– mente científica; pero es en la vida interior de la Igle– sia, en las necesidades urgentes del apostolado concreto donde hay que buscar el origen de dichos problemas, y donde hay que volver cuando se quiera dictaminar sobre su verdadera importancia. Como principio general hay que sostener que toda ciencia nace de las exigencias de la vida y a ella se or– dena como a realidad radical. La teología nace de una forma especial de vida, la vida de la fe y a ella se or– dena. Es su desarrollo normal y, por consiguiente, ha de seguir en su desarrollo el mismo sentido fundamental 48

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