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motivo para exigírselo a la ciencia teológica. La fun– ción científica ejercida sobre los datos revelados se jus– tifica ampliamente, aunque su influencia en el apostola– do haya de ser solamente mediata, en muchos casos. Por eso, los sacerdotes dedicados al apostolado no están autorizados para desestimar la teología, ni los teólogos kerigmáticos para plantear el problema de una separa– ción formal de ambas disciplinas. Es indudable que el movimiento kerigmático quiso poner de manifiesto una deficiencia real de la teología escolar de nuestro tiempo: su despreocupación demasiado frecuente por los pro– blemas concretos de la vida de la Iglesia y de los fieles. E igualmente descubrir una necesidad de la predicación cristiana: el bu,scar un mayor contacto con las verda– des profundas que enseña la teología científica. El cri– terio que se ha de imponer en este punto es el de una fecunda compenetración de ambas funciones, ke– rigmática y científica. Si la predicación eclesiástica pierde su contacto con las rigurosas fórmulas dogmaticocientíficas que propone la teología, pronto se su,mergiría la llamada teología «kerigmática» en la corriente de un vitalismo teológico incontrolable, en las perplejidades indescifrables e intras– feribles de la experiencia personal. Si la orientación kerigmática de la teología ha de resultar beneficiosa para el apostolado y para la vida cristiana en general, ha de ser a condición de que la kerigmática no pierda su categoría de verdadera teología; si bien su manera de proponer las verdades de la fe ha de revestir moda– lidades peculiares, según lo exigen sus objetivos inme– diatos: el dirigir la predicación y el cuidado de almas. Por su parte la teología científica jamás debe despre– ocuparse de la vida de la Iglesia; porque la teología 47
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