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y con esta decisión entrar en el juicio de Dios, que dis– crimina a los hombres y los divide dentro de sí mismos. El pregonero evangélico mete la guerra y la espada en lo más interior del hombre, mediante la «proclamación» de la resurrección y muerte de Jesús. Después de oír el «pregón» evangélico (pregón pascual), el hombre ya no puede seguir siendo el mismo. Quiéralo, o no, su existencia queda afectada hasta en sus últimas articu– laciones. Si se entrega al mensaje se salvará, si lo re– chaza será condenado. Insistimos en este aspecto porque el kerigma nunca hay que concebirlo como una mera proclamación _;ubi– losa de la venida de Dios para salvarnos en Cristo, como si fuese un pregón de fiesta que anu,ncia la alegría de la liberación sin ulterior exigencia. La «alegría de la liberación» lleva a la responsabilidad de la «conver– sión» (metanoia). Después de la primera admiración gozosa y exultante ante el kerigma, todavía éste tiene la exigencia de seguir obrando en el corazón del hom-• bre hasta transformarlo por medio de la fe y el amor, hasta la «conversión» total. No es pura gracia, sino que entraña una respuesta humana. Si Cristo resucitó - se– gún pregona el kerigma en su primer momento - todos hemos entrado en la nueva vida por la fe, por la entre– ga del hombre a este mensaje, a fin de que la resurrec– ción se verifique también en nuestro corazón. Para comprender las ideas que más tarde desarrolla– remos nos interesa todavía subrayar que la salud-con– versión que el kerigma nos anuncia se logra en torno a la resurrección de Cristo. El kerigma pascual consiste en proclamar la resurrección de Cristo. La salud-con– versión en realizar en sí esta misma resurrección. 37

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