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Ya aludimos anteriormente al hecho de que el ke– rigma del NT no es nunca una mera proclamación ju– bilosa de la buena nueva, implica también la transmu– tación del hombre, la «conversión». Tampoco en san Pablo está preterido este aspecto. Al mismo tiempo que pregona el amor de Pios al hombre en Cristo resucitado y muerto, propone la necesidad de la incorporación del hombre a este misterio de amor, por la conversión. Esta se logra, según el Apóstol, por la fe justificante y, sobre todo, por el bautismo, reproducción en el hombre de la muerte y resurrección de Jesús (Rom 6). Y por el sacramento de la conversión, mediante el bautismo, todo el comportamiento del cristiano es vida según el espíritu de Cristo resucitado. En el kerigma se pregona, pues, el germen de una nueva «vida», co– mo se pregrona el germen de una nueva «doctrina». También en san Juan, aunque en categorías distin– tas y propias, podríamos seguir el camino que va desde el kerigma primitivo hasta la teología del IV evangelio. También aquí se podría señalar: Un misterio: La vida, la luz, la caridad que es-tá en el Padre, como en su fuente originaria. Una realidad histórica: La carne de Cristo, vivifica– da por la vida, la luz y el amor del verbo del Padre. Un acontecimiento: Pascua, en que la carne glorifi– cada (pneumatizada) de Cristo se convierte en fuente de vida. Para que la vida que viene del Padre y está en la carne de Cristo, llegue hasta el mundo, es necesario que los hombres «reciban» la carne del Señor. Y esto en doble forma complementaria: recibir la carne del Señor por la fe y por la manducación eucarística (Ioh, cap. 6). La recepción primera es paso y condición para 34
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