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Así pues. el oyente del kerigma es el creyente: no se dirige el kerigma a enseñar una doctrina, sino a pro• vocar la fe. El que oye tiene qu,e obedecer y entregarse a Dios en la fe, que no es obra humana sino obra de Dios en el hombre. En consecuencia, también podemos observar que el kerigma en el NT nunca se encuentra en su forma que diríamos químicamente pura, es decir: como mera proclamación pública. jubilosa, de la sal– vación de Dios, sino que siempre incluye lo que hemos llamado su «segundo momento»: una parénesis. En cualquier parte del NT donde se proclame el reino de Dios y sus beneficios (bienaventuranzas), el kerigma lleva consigo exigencias para el hombre. Los oyentes del pregón del reino no sólo deben sorprenderse, emo– cionarse, llenarse de alegría triunfal, sino recibir y afir– mar firmemente el mensaje, entregarse al reino y vivir para él. La palabra de Dios es creadora y exigente. Cuando Dios habla ocurre algo necesariamente. Viene a ser algo así como un requerimiento. Por medio del kerigma comienza a existir el reino de Dios aquí y ahora. Cristo se coloca delante de cada hombre y le exige una decisión. Su palabra - portada por el predi– cador-, puede provocar la fe y la consiguiente reno– vación interior del hombre; o puede también servir únicamente para escándalo y ruina del que escucha y la rechaza. 15 Retif insiste en que el kerigma, en su sentido ori– ginario, es el anuncio del Evangelio a los hombres no cristianos. En el NT se distingue netamente el kerigma (catequesis) de la didakhé (didascalia). Y «lo que ca– racteriza al kerigma es que propone a Cristo por vez 15. V. ScHURR, La predicación cristiana... p. 116-117. 26

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