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La posición de Jungmann y H. Rahner, sobre todo, nos parece la más razonable: nada de críticas desmedi– das contra la teología científica, ni contra un intelectua– lismo excesivo. La función científica, sistemática y especulativa; la precisión técnica y escolástica de los con– ceptos es insustituible. Pero el proceso teológico com– pleto no termina ahí: hay que continuarlo hasta llegar al contacto inmediato con la vida espiritual de los fieles y las exigencias del apostolado de la Iglesia en sus va– riadas formas. Más adelante tendremos ocasión de exponer con amplitud nuestro pensamiento sobre las relaciones entre la teología sistemática y la teología kerigmática. De momento nos bastará recoger la idea central y más valiosa del movimiento kerigmático: la ciencia sagra– da, como explicación que es de la fe, debe ser kerig– mática desde el principio hasta el fin y en todas sus partes; es decir, debe estar ordenada y terminarse en la vida religiosa cristiana de cada uno de los fieles y de la Iglesia en general. Por su parte, toda auténtica teología kerigmática ha de mantenerse en contacto pe– renne y recibir de la investigación científica su alimento y sus directrices. El problema está en encontrar el pun– to de un fructuoso contacto. Sólo cuando están autén– ticamente compenetradas e incesantemente copresentes uno y otro aspecto de la teología, pueden resultar provechosas para la vida y la acción apostólica. Ambas actividades: la investigación científica y la adaptación kerigmática son fu.nciones complementarias de un único mensaje de salvación. No nos interesa referir aquí con más detalles la his– ,--toria del movimiento kerigmático. Puede verse la bi– bliografía antes citada. Creemos que en lo sucesivo se 18
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