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de la acc1on, la fortaleza, la capacidad de iniciativa, la puesta en marcha de nuevas experiencias, el dina– mismo creador. ¿Qué cuentan en este horizonte vir– tudes "pasivas", como la paciencia, la mansedumbre y la dulzura? Son algo así como los parientes pobres que nos da vergüenza sentar a la mesa de la virtud. No obstante, la proclamación del Señor es inten– ,cionada y rotunda: son felices los que doman los ins– tintos de la violencia, de la irritación y de la fuerza hasta convertirse en hombres pacientes, equilibrados y generosos. Son felices los que saben conservarse serenos en la prueba ~' en la adversidad. Los que no recurren a la fuerza ni a los hechos consumados, si– no a la persuasión, con una voluntad magnánima de integración y de humanidad. Es un dato de experiencia: nada se consigue con los modales bruscos ni con las discusiones acalora– das. No se consigue nada imponiéndose por el "yo aquí ordeno y mando y hay que hacer lo que yo digo porque sí". Por el contrario, cuando fallan todos !os medios violentos triunfa siempre -al fin- la manse– dumbre. Con la paciencia, que es un don de madurez para saber esperar, se consigue casi todo. Los hom– bres abiertos, que saben ceder de sus derechos y es– tán siempre dispuestos a la conciliación, acaban por dominar el corazón de los demás. En un libro de cor:e americano que es una sínte– sis de diplomacia y buen sentido, se ofrece un "mues– trario" de recetas para triunfar en la vida y hacer amigos. Es una especie de manual de relaciones pú– blicas inspirado en la vida real. Pues bien, es curioso constatar que todo el libro se resume en la felicidad de la mansedumbre y de la bondad: "saber escuchar 79

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