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car que los pobres son felices, como lo ha hecho Cris– to? Son felices los pobres de espíritu porque de ellos es el reino de los cielos. No es una frase para inspi– rar resignación con la esperanza de una felicidad futura. No es una frase compasiva para salir del paso prometiendo el reino del cielo a los despojados del reino de la tierra. Es la certeza de que, de verdad, son felices ya ahora los pobres de espíritu. Conviene no separar estas dos palabras: pobres -de espíritu-. Y pobres son los pobres, los sin for– tuna, los sin medios, los sin influencias, los que vi– ven precariamente y tienen que hacer combinaciones con el presupuesto porque no alcanza hasta finales de mes, los que tienen que trabajar hasta agotarse para sobrevivir, los que todos sabemos que son pobres. No son pobres de espíritu los anotados al hablar de las consecuencias de la pobreza por el mero he– cho de carecer de medios de fortuna. La carencia de estos medios es simplemente pobreza o miseria. La calificación "de espíritu" denota la actitud y el com– portamiento ante la pobreza real. Un pobre orgulloso que arrastra la pobreza maldiciéndola o maldiciéndose ' por ser pobre no es pobre "de espíritu". Sólo la po- breza convertida en sencillez, en desprendimiento, en humildad, en confianza en Dios puede ser llamada evangélica. Sería absurdo pensar que la pobreza que encallece el alma y hace al hombre resentido y venga– tivo facilita al hombre el acceso al reino de los cielos. El evangelio está en el vértice opuesto a la incita– ción demagógica. Se dice sencillamente que los po– bres son felices en un sentido muy concreto: porque de ellos -de los pobres de espíritu- es el reino de los cielos. El reino de los cielos no es un quimérico más allá, algo así como un "premio de consolación". 76

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