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LAS PARADOJAS DEL REINO Si somos sinceros, tenemos que reconocer que to– dos buscamos la felicidad. Es un de.seo que llevamos clavado en lo más profundo del instinto. Cada año nuevo, los reporteros buscan a personajes célebres para hacerles la consabida pregunta: "¿Qué espera usted del año que acaba de empezar?". La respuesta siempre es la misma: pensadores, artistas, cantantes, escritores, pintores, gobernantes, hombres de empre– sa, toreros piden invariablemente ser felices. · Y es que la felicidad se considera la máxima aspi– ración de los mortales. Todo el mundo quiere ser fe– liz. Lo que varía es el modo de concebir la felicidad, aunque casi todos coinciden en que para ser felices hace falta dinero, trabajo bien remunerado, salud, prestigio, estimación, amor. La felicidad es muy relati– va y lo que hace felices a unos deja insensibles a otros. Pero, en el fondo, todos buscan la felicidad. La doctrina del Señor choca violentamente con las ideas normales sobre la felicidad. Por ello se recurre a interpretaciones tan "acomodaticias" que tergiver– san el profundo sentido del mensaje. El mensaje es nítido y transparente en su desconcertante crudeza. Entonces viene el intérprete e intenta rebajar las exi– gencias del mensaje con paños calientes: "Hombre, no hay que exagerar. Cristo quería decir... " Y, a con– tinuación, las rebajas. Rebajas tan descaradas que nos quieren convencer de que los pobres son ... los ricos. 74
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