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na de los diversos grupos humanos, conversiones, santos... todo esto estaba "condicionado" a su res– puesta generosa a la gracia. iY si Dios nos pidiera a nosotros un "sí" parecido y dijéramos que "no"! Es un pensamiento terrorífico. No sólo se trata de un "no" que frustra los designios de Dios sobre la persona en concreto, sino que trunca el destino de santidad de las almas que Dios condicio– na a nuestro "sí". Todos somos responsables -es decir, tenemos que responder- de todos. -Mientras Moisés tiene los brazos levantados, el p,ueblo de Dios vence. Cuando baja las manos, el pueblo es derrotado. Se buscan hombres para que mantengan en alto los brazos de Moisés. No sabemos quiénes hacen más por ganar las ba– tallas: si las madres que rezan o los soldados que lu– chan. Es un pensamiento de Pemán que tiene una apli– cación justa en las batallas de Dios. Puede ser que la restauración de la Iglesia esté condicionada a un gran santo. Y puede ser que a este santo lo estén ha– ciendo las madres que lloran, los niños que sufren, los hombres que rezan. Puede ser que el santo que nos va a salvar en el siglo XX -el santo que todos teníamos que hacer– esté forcejeando todavía con Dios para prorrogar el "sí" que le cuesta tanto porque no tiene valor. De nuestras lágrimas, de nuestras oraciones depende que sea valiente y responda de una vez. Y aquí, de nuevo, la pregunta escalofriante. ¿Y si no rezamos ni lloramos lo suficiente? Por una lágrima de menos, por una ora– ción de menos ... podemos quedarnos sin santo. 72

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