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Dios en la orac1on. Innumerables almas -innumera– bles obras-, estaban "condicionadas" a la respuesta de Francisco. Supongamos que se hubiera acobarda– do y hubiera dicho que no como el joven del Evange– lio. En tal caso Francisco habría fracasado personal– mente por haber frustrado los designios de Dios en su persona. Pero es que además habría hecho un mal in– menso a las almas que, por él, han encontrado a Dios en su camino. Todos somos responsables de todos. A cada u:io de nosotros puede preguntar el Señor: "¿Dónde está tu hermano?" y tenemos que responder por él. La vi– da misma nos señala algunos condicionamientos. Por ejemplo, es lógico que los padres tengan que respon– der por sus hijos, el sacerdote por el rebaño encomen– dado, el amigo por sus amigos. Pero hay condiciona– mientos misteriosos, afinidades espirituales, responsa– bilidades cristianas que no es lícito evadir. Santa Móni– ca consigue con sus oraciones y con su llanto la con– versión de Agustín: "No se puede perder el hijo de tantas lágrimas". Lo cual indica, según parece, que se podía perder un hijo de menos lágrimas. Y aquí se im– pone una cuestión formidable: puede ser que Dios ha– ya condicionado el santo del siglo -el hombre de Dios que nos iba a "salvar" a todos- a nuestras ora– ciones y a nuestras lágrimas. Del "sí" de San Francisco han brotado innumera– bles empresas apostólicas porque era un sarmiento lle– no de vitalidad. Estaba tan unido a Cristo que podía re– gar e irrigar con la savia de su santidad innumera– bles ramas. Era él mismo rama de buen árbol y tenía que dar frutos. Misiones, hospitales, leproserías, uni– versidades, obras de beneficencia, formación cristia- 71
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