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El ideal de fraternidad ha sido deformado y hay que esclarecerlo a la luz del mensaje de Cristo. Con un sano realismo afirma el Papa que "debemos llegar a ser, si no lo somos aún, hermanos, y habituarnos -el Evangelio de tantos siglos nos lo dice, pero nos en– cuentra casi refractarios a esta lección- a ver en to– do rostro humano el espejo del nuestro, a vernos a nosotros mismos en los demás". Esto es poner el de– do en la llaga: el egoísmo -el amor propio exacerba– do hasta el desorden- impide que veamos en el pró– jimo otro yo. Por eso somos tan comprensivos, sensi– bles y abiertos en causa propia y tan duros con los demás. No vemos en todo rostro humano el espejo del nuestro. Sinceramente, somos "casi refractarios" a la lec– ción secular del amor. Después de tantos siglos de cir– io nos resulta un poco extraño eso de amar al prójimo como a nosotros mismos. Tomamos muy poco en serio el amor y no sufrimos por el hermano como sufrimos por nosotros mismos. Quien se compromete con el mandamiento nuevo está sometido a un continuo su– frimiento. Se sufre por todo y por todos porque se tie– ne el alma en carne viva. Y es que la fraternidad -tomada en serio- lleva a compartirlo todo, desde la mesa, hasta el propio corazón. Somos refractarios a las enseñanzas del amor que se imponen con toda urgencia en el Evangelio. Nos hace sufrir lo que nos afecta personalmente, lo que se siente en carne propia. Cuando un niño está enfermo, los padres pasan la noche junto al lecho del niño. Cuando no hay pan en la mesa, los hombres viven en una tensión dolorosa continua. Cuando van mal las co– sas, se recurre a todos los medios para remediar fa situación. Esto en causa propia. Y luego, ¡qué sensi- 46

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