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dar una orden que convertiría al planeta en una inmen– sa hoguera. ¿Qué se consiguió con la guerra? Todavía a la dis– tancia de varios años pensamos que todo fue una pe– sadilla de infierno cuando vemos los documentales del último conflicto. Y pensamos: haría falta estar locos para repetir la horrible experiencia. Lo pensamos to– dos. Por eso se ha cambiado de táctica y se han sua– vizado las tensiones llegando a lo que se ha dado en llamar coexistencia pacífica, que no es el "ideal" de la convivencia humana, pero que nos deja por lo menos dormir tranquilos. La guerra es terrible y hay que evitarla a toda cos– ta y para ello hay que superar la falsa teoría de qúe la guerra es necesaria. El Papa quiere mentalizar al mun– do con una formulación precisa y positiva: la Paz es posible. Luego la paz es un deber para los hombres. No se trata de una exhortación piadosa, sino de un urgente deber de conciencia. La ley del odio y de la violencia tiene que dejar paso a la "ley de la fraterni– dad", que es válida porque es realizable; partiendo de una enseñanza consoladora de Cristo: "todos vosotros sois hermanos". Quien está convencido de que todo hombre es mi hermano vivirá gozosamente la ley del amor. El caso es que nunca se ha hablado tanto de la fraternidad universal como en nuestro tiempo. Ha ser– vido incluso de "slogan" revolucionario, y los cristia– nos se han dado cuenta demasiado tarde del valor de una palabra y de una realidad evangélica para arras– trar y hacer vibrar a las masas. Lo mismo ha sucedido con otras doctrinas, casi olvidadas, que formaban el meollo del mensaje de Jesús. ¿Qué es el Evangelio más que una reiterada proclamación de la fraternidad 44
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