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sino que perturba e irrita los ánimos y deshumaniza a los hombres. Es realmente vergonzoso examinar en frío hasta qué punto pueden ser crueles y bárbaros los pueblos más cultos en tiempo de guerra. En la guerra hay vencedores y vencidos, pero los mismos vencedo– res tienen que sentir náusea cuando miran atrás y ven desapasionadamente su capacidad de odio y destruc– ción. La guerra apla$ta y vence pero no convence sino que prepara los ánimos para nuevas guerras. Histo– riadores sensatos e imparciales han explicado la últi– ma guerra mundial como resultado de la paz, firmada a la fuerza, en condiciones injustas, de la guerra mun– dial anterior. Cierto, la guerra llama a la guerra. El "espacio vital" de los pueblos se dilata y se en– riquece cuando se llega a un mútuo entendimiento en– tre los hombres. Y sólo en la paz se pactan con garan– tía acuerdos económicos, planes de desarrollo, unio– nes para el comercio. Sólo en la paz florecen las in– dustrias y se crea la prosperidad a gran escala. Da angustia y pena pensar que con lo que han gastado los hombres por destruí rse se podrían haber solucionado problemas tan profundamente humanos -y por ello tan trágicos e hirientes- como el hambre en el mun– do y el subdesarrollo de muchos pueblos menos afor– tunados. El odio y la violencia han puesto la mecha a armas mortíferas que jamás debieron usarse. El odio y la vio– lencia so¡¡ la causa ae la frenética carrera de arma– mentos. El odio y la violencia han destruido masiva– mente la vida de mujeres y niños indefensos. El odio y la guerra han tenido en vilo a los hombres de buena voluntad que veían el mundo pendiente de la turbación de un loco que, en un momento de ofuscación, podía 43

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